lunes, 11 de abril de 2016

LA VIDA EN EL OIKOS. LA PERFECTA ESPOSA.

         La única función que poseía la mujer en el mundo griego antiguo era de la traer al mundo hijos sanos que continuasen con la estirpe familiar. Esta función la hacía estar sometida siempre al designio masculino.
          En primera instancia, sería el padre quien tomaría cualquier decisión en torno a su hija; luego, sería su esposo; y, como explica Mosse en su obra La mujer en la Grecia clásica, siempre estaría vinculada a un tutor masculino:
La mujer ateniense es una eterna menor, y esta minoría se refuerza con la necesidad que tiene de un tutor, un kyrios, durante toda su vida: primero su padre, después su esposo, y si éste muere antes que ella, su hijo, o su pariente más cercano en caso de ausencia de su hijo. La idea de una mujer soltera independiente y administradora de sus propios bienes es inconcebible.
El matrimonio constituye por consiguiente, el fundamento mismo de la situación de la mujer (Mosse, 1991, p. 36)

Así pues, el matrimonio nunca será una elección propia de la mujer, sino que será el tutor quien decida su destino matrimonial.
          La vida en el oikos era eminentemente femenina. Eran las mujeres quienes permanecían en sus viviendas haciendo las tareas que se presuponían de una esposa decente: hilar, tejer y guardad el tesoro del oikos. Sin embargo, esto sólo sucedía en el caso de que la muer perteneciese a una buena clase social, En cambio, si eran pobres, debían acompañar a sus maridos en tareas tan duras como el campo.
          Jenofonte en su Económico apunta que los trabajos de la mujer son los que se llevan a cabo en el oikos: los recién nacidos deben ser criados bajo techo, también así debe ser preparada la harina proporcionada por los cereales, e igualmente a cubierto deben confeccionarse con las lana los vestidos. (Jenofonte, VII, 20-21).



          De esta forma, el único poder con el que contará la mujer en la Grecia clásica es el que queda relegado a este ámbito interior ya que debe dirigir el trabajo de las sirvientas y de algunos sirvientes. Y lo que diferencia a la buena ama de casa de la mala (…) es la manera de utilizar este poder. (Mosse, 1991, p.36). Jenofonte relaciona, además, esta función con la de la reina de las abejas. Es decir, el oikos sería como una colmena donde la reina-mujer ordenar y dispone para que no haya contratiempos y reine el orden.
          Es este cometido localizado en el interior, el que  hace que la mujer decente no salga a la calle ni participe en actividades relegadas a los hombres:
Una mujer respetable no asistía a un banquete, aunque éste se celebrara en su propia casa. Bajo ningún concepto podía hacer uso de la palabra en público, como lo harían las protagonistas de Homero. La ciudad, ese “club de hombres”, las había encerrado definitivamente en el gineceo. (Ibídem, p.39).
         
No obstante, debemos ir más allá y tomar el oikos como una metáfora del papel que representa la mujer dentro de la polis. Junto con los esclavos, las mujeres estaban apartadas de cualquier decisión política y, por ello, era mejor mantenerlas, de cierta forma, encerradas en el seno del oikos.

Esto no sucedía, como hemos mencionado anteriormente, con las mujeres que no pertenecían a la aristocracia que sí les estaba permitido hacer una vida más al exterior. Este es el caso de las vendedoras en los puestos del mercado que, posiblemente, dispusieran de parte del dinero obtenido con la venta de sus propios productos. Es decir, la mujer del pueblo se veía obligada por la necesidad a salir de su casa para ir al mercado. (Ibídem, p.64). Sin duda alguna, eran mujeres más independientes que las de la aristocracia, como se nos muestra en la comedias de la época.

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