jueves, 31 de marzo de 2016

LOS ORÍGENES DE LA UTOPÍA: PLATÓN.

          Platón creció en el seno de una familia aristocrática ateniense que formó parte del círculo de seguidores de Sócrates. Tras la muerte de este, comenzará a escribir sus diálogos filosóficos. Sobre todo, su filosofía se fundamentó en el pensamiento filosófico, en la configuración de las bases que sostendrían la ciudad idea, basada en la justicia y que se situaba muy alejada de la Democracia a la que estaban habituados en Atenas.
          En su diálogo la República deja claro cómo las únicas personas capaces de gobernar una sociedad justa e ideal son los filósofos. Esto supone una crítica a los dirigentes mediocres que están al frente de Atenas y que considera personas con poca cultura. Esto sólo se conseguirá dejando a un lado la dóxa (opiniones) y apostando por la episteme (conocimiento racional). Sólo de esta forma, se podrá acceder a la idea suprema de Justicia. Pero estas cuestiones no pueden ser entendidas sin enunciar el Mito de la Caverna.

          Platón considera que estamos sumidos en una caverna oscura, encadenados de espaladas al mundo y donde nuestro único conocimiento es el que nos llega a través de sombras e imágenes deformadas de la realidad.
          Sólo podrán dejar atrás el Mundo de las Sombras y ascender hasta el Mundo de las Ideas, aquellas personas que sean capaces de conocer, de pensar y de no basarse en las opiniones, por lo que será imprescindible la educación del ciudadano. Sólo de esta forma, se podrá llegar a alcanzar las ideas supremas de Bien, Justicia, Belleza, etc. A partir de este mito, Platón configura toda su Filosofía.
          Muestra la ciudad de Atenas como una organización sumida en las sombras, prisionera de la ignorancia de los gobernantes y de la ciudadanía. Es una ciudad-caverna sin luz, sin Justicia.
         
Del mismo modo, en relación a la adquisición de conocimientos todos deben poseerlo, aunque no al mismo nivel. Es decir, no toda la ciudadanía está capacitada para realizar las mismas tareas. Existirán saberes más prácticos propios de la producción, necesarios para nutrir a la ciudad de bienes materiales; otros serán quienes defiendan la ciudad por su fortaleza y valentía; y sólo unos pocos, podrán ser quienes nos gobiernes puesto que serán los únicos que poseerán conocimientos necesarios para instaurar el bien común y la Justicia.
Es por ello, que Platón defiende la educación obligatoria para toda la ciudadanía, y que serviría para hacer una selección de los mejores para gobernar la polis. La relación, por tanto, entre la teoría del conocimiento y la organización política y la sociedad platónica no pueden entenderse la una sin la otra.

         Como ya hemos mencionado con anterioridad, Platón no concibe una ciudad ideal sin un Estado educador. Sin embargo, no será el único concepto necesario para entender cómo se configura ideológicamente esta organización política y social. La idea de eugenesia, de la abolición de la propiedad privada y de la igualdad de la mujer llevan al filósofo a criticar duramente la democracia ateniense, lo que le llevará al exilio forzoso en varias ocasiones.

          La Educación es entendida como Platón como un instrumento de liberación individual, una forma de abandonar la oscuridad cavernaria y poder ir ascendiendo de la caverna. Sin embargo, también la concibe como un instrumento específico para la formación de los gobernantes: los Filósofos, que se sitúan como una élite del saber, cuyos planteamientos se basarán en el razonamiento. Por tanto, esta ciudad ideal debería estar gobernada por una aristocracia del saber muy alejada del linaje o la herencia familiar. Otro de los conceptos a tener en cuenta  es el de la eugenesia que, aunque resulte bastante controvertido, es necesario para la sociedad justa platónica ya que considera que sólo deben ser los mejores quienes se acoplen con las mejores, y los peores al contrario1. De esta forma, se puede hablar de selección de castas dominantes.2
En cuanto a la organización económica, Platón plantea una sociedad basada en el Comunismo, aunque nunca utilizará ese término. Es decir, considera que la abolición de la propiedad privada y la familia debe ser básica en la ciudad ideal. Entre otros motivos, propone esta organización porque considera demasiado habitual las alianzas familiares derivador por intereses privados que sólo contribuyen a corromper la sociedad ateniense. De esta forma, considera que la aristocracia del saber debería prescindir de propiedades y de familia, para poder dedicarse exclusivamente a su tarea política.
La igualdad de la mujer es otro de los pilares fundamentales de su teoría política y social. Suponía una propuesta revolucionaria para la época, pero Platón creía que no existe ninguna tarea en la polis específica para hombres o para mujeres, como deja patente en este fragmento de La República:
-        ¿Y no conoces algún oficio ejercido por seres humanos en el cual no aventaje en todos esos aspectos el sexo de los hombres al de las mujeres¿ ¿O vamos a extendernos hablando de la tejeduría y del ciudadano de los pasteles y guisos, menesteres para los cuales parece valer algo el sexo femenino y en los que la derrota de este sería cosa ridícula cual ninguna otra?
(…)
-        Por tanto, querido amigo, no existe en el regimiento de la ciudad ninguna ocupación que sea propia de la mujer como tal mujer, ni del varón como tal varón, sino que las dotes naturales están diseminadas indistintamente en unos y otros seres, de modo que la mujer tiene acceso por su naturaleza a todas las labores, y el hombre también a todas; únicamente que la mujer en todo es más débil que el varón.3


          Como ya hemos mencionado, Platón considera que la democracia no es la forma ideal de gobierno, más bien desconfía de ella.  La democracia ateniense supone que cada cual tiene la libertad individual de escoger qué hacer con su vida, pero no se ha tenido en cuenta que el pueblo no tiene preparación intelectual para tomar estas decisiones. Él mismo apunta esta idea en fragmentos como:
-        La demasiada libertad parece, pues, que no termina en otra cosa sino en un exceso de esclavitud, lo mismo para el particular que para la ciudad.(…)
Y por lo tanto- proseguí-, es natural que la tiranía no pueda establecerse sino arrancando de la democracia; o sea que, a mi parecer, de la extrema libertad sale la mayor y más ruda escalvitud.4


              Platón habla, como ya hemos mencionado, de la constitución de una ciudad justa donde sólo una aristocracia del saber sea la que pueda gobernar al pueblo. Esto sólo se podrá conseguir si existe un virtuosismo que permita alcanzar la armonía utópica platónica fundamentada en el alma del individuo y el estado. Se relaciona, por tanto, con la concepción dualista del ser humano que enuncia en su Antropología.
Esta armonía de la polis no será tal sino se consiguen unificar la sabiduría y la prudencia con el valor y la fortaleza y la templanza. Esto se relaciona con los estados del alma del ser humano. Platón considera que, dependiendo de nuestra posición en la caverna, existe un predominio de un tipo de alma sobre otra y, por tanto, sólo podremos realizar las tareas propias de esa categoría social. Así pues, el predomino de la parte apetitiva del alma sólo podrán formar parte de las clase productora; mientras que el predomino de la parte irascible sólo nos permitirá ser guardianes de la ciudad; por último, los gobernantes serían aquéllos en donde existiese un predominio del alma racional y, por tanto, de la sabiduría y la prudencia. Esto supone una armonía ética social y del propio individuo.

                    Para desarrollar los anteriores epígrafes de esta entrada en el blog nos hemos basado en las ideas expuestas por Platón en La República, pero para desarrollar este que aquí nos ocupa, deberemos tomar como punto de partida los diálogos  Timeo y Critias en donde se nos habla de la existencia de la isla de la Atlántida.
Estos  diálogos escritos en sus últimos años de vida, sirven para presentar esta historia como verdadera y, una vez más, le sirven como punto de partida para llevar a cabo su crítica a la polis ateniense y a la democracia.
          Critias, discípulo de Sócrates es quien nos narra, en forma de diálogo, cómo es esa isla de la que ha escuchado hablar y que ocupaba gran parte de lo que hoy se conoce como Océano Atlántico:
(…) Estos libros nos enseñaron cómo vuestra ciudad destruyó, en tiempo, a una poderosísima armada que venía a través del mar Atlántico, invadiendo insolentemente Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto que lo que quedaba dentro de la desembocadura que mencionamos rodeaba una bahía con un ingreso estrecho. En realidad, era mar y la región que lo rodeaba totalmente podría ser llamada con absoluta corrección tierra firme. En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. En este continente, dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia. Toda esta potencia unida intentó una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra región, la nuestra y el interior de la desembocadura… Posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terrible, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy poca profundidad (…)5

Además, se nos hace una descripción detallada de la sociedad de la Atlántida cuyo centro era una isla que fue dirigida por diez reyes y que, supuestamente, se hundió a causa de un terremoto. Era una sociedad autárquica, gobernada por el más anciano, el rey Atlas.          Cada uno de los reyes, descendientes de los anteriores por herencia familiar, tenían el control absoluto sobre los ciudadanos y las leyes de la ciudad. Por otro lado, los habitantes de la isla, eran autosuficientes, allí tenían todo lo necesario para su subsistencia:
Poseían tan gran cantidad de riquezas como no tuvo nunca antes una dinastía de reyes ni es fácil que llegue a tener en el futuro y estaban provistos de todo lo que era necesario proveerse en la ciudad y en el resto del país. En efecto, aunque importaban mucho del exterior a causa de su imperio, la mayoría de las cosas necesarias para vivir la proporcionaba la isla. En primer lugar, todo lo que, extraído por la minería, era sólido o fusible, y lo que ahora sólo nombramos –entonces era más que un nombre la especie del oricalco que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla, el más valioso de todos los trabajaos de los carpinteros, y que todo lo producían de manera abundante y alimentaba, además, suficientes animales domésticos y salvajes. En especial, la raza de los elefantes era muy numerosa en ella. También tenía comida el resto de los animales que se alimentaba en los pantanos, lagunas y ríos y los que pacen en las montañas y en las llanuras, para todos había en abundancia y así también para este animal que es por naturaleza el mayor y el que más come. Además, producía y criaba bien todo lo fragante que hoy da la tierra en cualquier lugar, raíces, follaje, madera y jugos, destilados, sea de flores o frutos. Pero también el fruto cultivado, el seco, que utilizamos para alimentarnos y cuando usamos para comida- denominamos legumbres a todas sus clases- y todo lo que es de árboles y nos da bebidas, comidas y aceites, y el que usamos por solaz y placer y llega a ser difícil de almacenar, el fruto de los árboles frutales, y cuantos presentamos como postres agradables al enfermo para estímulo de su apetito, la isla divina que estaba entonces bajo el sol, producía todas estas cosas bellas y admirables y en una cantidad ilimitada. Como recibían todas estas cosas de la tierra, construyeron los templos, los palacios reales, los puertos, los astilleros, y todo el resto de la región.6



          Esta isla contaba con importantes avances en lo que a ingeniería civil se refiere, por lo que estaba plagada de templos, puertos, acueductos… incluso contaba con un canal que se abría desde el mar a través de una desembocadura que se utilizaba como puerto. Cada uno de los anillos que conformaban la isla de la Atlántida, contaba con un muro de piedra junto a torres y puertas de entrada.
Los muros estaban cubiertos de bronce, estaño y oricalco, que era de producción propia de los atalantes y que consistía en una aleación de cobre y cinc. La isla estaba surcada de prados, montañas, ríos, lagos… contaba con una extensión de tres mil estadios.
          Sólo existía una ley que imperaba sobre el resto: los reyes no debían acudir a las armas los unos contra los otros y debían ayudarse mutuamente y dejar las cuestiones importantes a los descendientes de Atlas. Así se obedecieron estos preceptos mientras duró el designio divino. Con el paso del tiempo lo divino se fue transformando en humano y en todo lo que eso conlleva y Zeus decidió que esa estirpe no era digna de merecer las atenciones de los dioses, por lo que reunió a todos los dioses para hablar del tema. Y así termina el texto, abruptamente; bien por estar inacabado o porque nos ha llegado incompleto.

          Es de esta forma, como se ha tomado desde Platón el Mito de la Atlántida como algo utópico e inalcanzable: Plinio El Viejo, Plutarco, Campanella, Bacon, Julio Verne, Cervantes…. Muchos serán quienes, de una u otra forma, utilicen este simbolismo utópico de la isla.
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1. Platón, La República. Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997. Pág. 122.
2. Salgado González, S., Platón. El ideal de ciudad justa, Madrid, Cuadernos Duererías, 2012.
3. Platón, Op. Cit, pág. 122-123.
4. Ibídem, pág. 87.
5. Platón, Timeo, Tomo VII, Madrid, Ediciones Ibérica, 1960; pág. 208
6. Ibídem, pág. 329-330.



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