miércoles, 13 de abril de 2016

DESCUBRIENDO AL PÍCARO


     Aquí os presento un resumen sobre qué es la novela picaresca, tema del que empezaremos a trabajar esta semana en las clases de literatura de 1º de Bachillerato. Para ello, hemos acudido al trabajo de Alonso Zamora Vicente titulado Qué es la novela picaresca.


Comparto también el vídeo del primer capítulo de la serie El pícaro que nos servirá como punto de partida para entender algo más sobre este género literario de marcado carácter hispánico. El pícaro fue una serie de televisión española, estrenada por Televisión Española en 1974, escrita, dirigida y protagonizada por Fernando Fernán Gómez. 

Ambientada en el siglo XVII, sobre todo en España, pero también en Italia y en Baviera , la serie narra las peripecias de Lucas Trapaza, un pícaro que sabe recurrir a todo tipo de ocurrencias para sobrevivir trabajando lo menos posible y al que acompaña en sus peripecias el joven Alonso de Baeza. Los guiones se inspiran en los textos de grandes autores del Siglo de Oro de la Literatura española, como son Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Mateo Alemán, Vicente Espinel, Salas Barbadillo y el autor de Estebanillo González, además del francés Alain-René Lesage.




I. Rasgos generales de la novela picaresca

En 1554 y en varios sitios a la vez, se publicó un breve libro que estaba destinado a revolucionar todo el arte de la novelística europea y con el que podemos afirmar rotundamente que nace para el hombre occidental la novela moderna. Ese libro se llamó Vida de Lázaro de Tormes, de sus fortunas y adversidades. Apareció en Burgos, Amberes y Alcalá de Henares, lo que ha planteado graves problemas bibliográficos, ya que se piensa (hipotéticamente, puesto que nadie la ha alcanzado a ver) que existió una edición anterior, de 1553, de la que procederían estas tres simultáneas. Ese libro, corto, matizado de una serie de audacias hasta entonces desconocidas del mundo literario, es la primera novela picaresca, nombre con que se viene designando, tradicionalmente, una determinada peculiaridad artística, considerada, a la vez, como muy representativa de la literatura y el espíritu españoles.
Efectivamente, con el Lazarillo nace una nueva actitud frente al arte. Es un libro nuevo en lo que se refiere a su estructura y a su forma externa, pero aún lo es más por lo que atañe al espíritu que lo informa. Situado dentro de una corriente que podríamos llamar general, usada por todos los países (el motivo artístico basado en el desheredado, el vagabundo, el hampón), solamente  en España alcanza un desarrollo literario universal, lejos de la anécdota. En todas partes ese motivo se queda en la corteza, como risa o burla. En España, penetra en el hondón de la realidad vital, y se convierte en una resonancia humana de la más depurada calidad. Intentemos poco a poco ir poniendo orden en esa masa literaria.

La novela picaresca tiene como personaje central al pícaro. El primer problema que nos asalta es la historia y etimología de la palabrapícaro, que, por cierto, ha resistido muy tozudamente a todos los intentos de aclaración. La voz ha aparecido por vez primera en textos de hacia 1541 y 1547. La interpretación más antigua la pone en relación con el latín pica, según la cual la palabra pícaro tendría el sentido de «miserable», ya que los romanos sujetaban a sus prisioneros atándolos, para ser vendidos como esclavos, a una pica o lanza clavada en el suelo. Se ha pensado también en la raíz pic, de picus, con el valor de «picar», donde la palabra adquiere el significado de «abrirse algo el camino a golpes, con esfuerzo», y desde ahí evolucionaría a indicar «el mendigo, el ladrón, el desharrapado». Y no está nada lejos el relacionarla con otras diversas acepciones de picar, bien sea por los pícaros de cocina, que picaban la carne o los aderezos oportunos (algo como hoy lospinches), o bien trabajaban sin sueldo ni tarea fijos en las cocinas y picaban para sustentarse en las comidas. Existen, sin embargo, testimonios anteriores que reflejan cumplidamente que el pícaro se ocupa en otros quehaceres diversos, y no exclusivamente en la cocina. Ya Covarrubias aventura que pícaro podía ponerse en relación con Picardía, ya que de allá emigraban muchos que siempre fueron gentes pobres. La pícara Justina, en efecto, habla de un sastre de aquella tierra que reunió una fortunita pordioseando en las romerías y en fingidas peregrinaciones a Compostela. También de los soldados desertores se dijo que vestían a lo picard, es decir: en el colmo del andrajo y la suciedad. Hay también quien ha propuesto relacionar pícaro con bigardobegardo, «vago, vicioso». La antigua acentuación picáro parece apoyar este origen, pero, de todos modos, las explicaciones propuestas dejan muchas dificultades por resolver. Lo cierto es que pícaro se llamó al héroe de este tipo de novelas, e incluso, como veremos luego más despacio, el personaje central de alguna de ellas, Guzmán de Alfarache, fue llamado el Pícaro por antonomasia, exclusivizándose y eliminando todo otro posible título: en los registros de libros que iban a América, El Pícaro designa siempre la obra de Mateo Alemán, a pesar de que la palabra no figuró en el título de la primera edición. Tampoco en el Lazarillosale la voz ni una sola vez.
Claro está que dentro de un género literario que dura largo tiempo en fértil producción, el tipo ha de evolucionar. El pícaro inicial, el que nos refleja el Lazarillo, es en el fondo una buena persona. Es un muchacho de buen corazón, sin experiencia, al que la realidad circundante zarandea de mala manera y le hace sumirse en escepticismos y en fullerías. Sistemáticamente, la vida le puntea asechanzas de las que apenas sabe cómo zafarse, y acaba entregándose sin remedio y sin pena al medio que le exige defenderse y engañar. Pero no es un delincuente profesional, sino que le sobran cordura y viveza y le falta ambición. Cuando sus trampas acaban por ser desenvueltas en fracasos, llegan las palizas, los golpes, los ayunos, algún encarcelamiento. La resignación y la astucia afilándose son los únicos asideros que sobrenadan en su comportamiento. En cambio, el pícaro del XVII, ya avanzada y madura la novela, e incluso desintegrándose, parará en galeras, en la clara situación de una sociedad que necesita defenderse de él. Pero lo que no existirá nunca en toda la trayectoria de la novela es un solo pícaro necio o estúpido, ni tampoco desesperado de su suerte. Detrás de todo, por amargo que resulte, queda siempre flotando una vaga luz de esperanza, de volver a empezar, aliento de vida que no se resigna a caer en un silencio definitivo.

La picaresca y la realidad

Lo picaresco se convierte en una forma de vida. Ya desde la cuna se condiciona el vivir por unos cauces que, siendo diferentes en cada personaje, están, sin embargo, alejados de lo que podríamos llamar ortodoxo en la contextura social de la España de los Siglos de Oro. Se trata de una vida vulgar, en la que no vamos a encontrar los arranques de heroísmo o de santidad a que la circunstancia histórica nos tiene acostumbrados, una vida casi alucinada, al borde del cotidiano portento. No; el pícaro se mueve en los medios menos literarios. Su genealogía no es, ni mucho menos, escogida, y sus procederes no revelan el ascetismo ni la profunda meditación. Lázaro es hijo de un molinero oscuro, y su madre se amanceba al quedar viuda; Guzmán es fruto de unos amores no muy limpios, y Pablos anda adoctrinado por una ascendencia en la que hay delincuentes, e incluso un verdugo. Una vez pasado este aprendizaje de los primeros años, el pícaro abandona a los suyos y se entrega a un vagabundaje por las tierras más cercanas, y más adelante por otras ya apartadas, lo que le sirve para exhibir ante nosotros el desfile alucinante de las clases sociales,  de tipos diversos y encontrados, soldados, clérigos, hampones, alguaciles, gentes con oficio y sin él, etc. El pícaro, sirviendo a diversos amos, yendo de uno a otro como rebotándose, va aprendiendo la realidad hostil de la vida, oculta por los vestidos lujosos, las apariencias, los procederes encubiertos: el juez que se vende al juzgar, el médico ignorante, el pedantuelo sabihondo, el clérigo vicioso, la nobleza envilecida. Los años se van sucediendo, el pícaro crece en edad y experiencia y resentimiento, y desconfía de todo y de todos en perpetua defensiva. «Todos vivimos en asechanza los unos de los otros», dirá Guzmán muy significativamente. Para el pícaro no existe la vida afectiva: ni amor, ni compasión ni cosa parecida. Sólo verá en las mujeres el anzuelo para explotar los vicios y la engañifa, y cuando se encara con un alma virtuosa no podrá más que asombrarse, llegar al borde del pasmo, pero no se le planteará la necesidad de una imitación, de aprovechar ese ejemplo.
Ahora bien, interesa destacar que eso, todo eso, no debe ser tomado al pie de la letra como documento histórico fehaciente, indiscutible y oportuno para explicar todo lo que sea necesario. Llevamos ya mucho tiempo leyendo en manuales, libros, prólogos, etc., y oyendo incansablemente repetido en la fácil oratoria circunstancial, que la novela picaresca (en complicidad con el tan socorrido realismo español) representa la realidad de una España concreta, que se movió sobre la tierra en el tiempo en que las novelas que nos ocupan fueron escritas. No, no es verdad, o no es, por lo menos, la verdad escueta y firme. Aviados estaríamos los españoles si nuestra realidad hubiera sido exclusivamente lo que refleja El Buscón, lo menos real que se puede pensar. No, en todas partes hubo de lo que en las novelas picarescas se nos aparece. Algunos libros, emparentados con el clima picaresco, revelan una clara visión de las cosas concretas. Tal ocurre, por ejemplo, con laRelación de la Cárcel de Sevilla, de CRISTÓBAL DE CHAVES (1597), o El Viaje entretenido, de AGUSTÍN DE ROJAS VILLANDRANDO (1603). La legislación del tiempo revela la preocupación de las autoridades por la represión de la truhanería y la mendicidad desorbitadas. No, la novela picaresca no es eso; se ha venido olvidando demasiado frecuentemente que la novela picaresca es ante todo novela, es decir: recreación artística, voluntaria selección y parcelación de una realidad. El motivo por el que fue escogido su contenido quizá pueda verse sin más en la predilección por un mundo que no fuese el encendidamente libresco de las creaciones literarias tradicionales. Ahí está el gran hallazgo del Lazarillo. La vida no era sólo el portento, el milagro, la relación directa y casi familiar con la divinidad, ni el heroísmo sin barreras ni frenos. La vida comparte eso -¡y quizás en la escala más reducida!-, pero es, además, la rutina monótona de cada día, las dificultades de todos los momentos y los acaeceres, y la inesquivable incomodidad de la ciudad donde se habita y de las gentes que tratamos, con sus aristas y sus manías. Eso es lo que descubre el Lazarillo: vivir desde dentro, pero compartiendo la permanente influencia de otras vidas sobre las nuestras. Y en las otras vidas no son precisamente ni los santos ni los héroes lo que más abunda. Llevar este descubrimiento por una ruta de permanente exageración y de una aguzada acomodación artística fue el largo camino seguido por las sucesivas novelas picarescas, cada vez más encerradas en lo externo, el delito, la aventura, los viajes sin fin, o las preocupaciones moralistas.  Pero todo salió del paso genial que el anónimo autor del Lazarillo dio, de cara al porvenir por vez primera en el mundo occidental, en 1554. Y su resultado es la poca estimación de la vida, algo triste, opaco y monótono, que se perfila con tintes sombríos, y que, al asociarse con las desilusiones políticas, lleva de la mano a la literatura desengañada del siglo XVII, a la literatura de Calderón y de Gracián. Lo que comenzó siendo una franca sonrisa abierta y generosa, a pleno sol, en el Lazarillo, va transformándose en el agrio y enconado Guzmán (1599) y llega a la caricatura cruel delBuscón (1626). En el trasfondo, el mismo aliento empuja al místico y al pícaro: el no estimar la vida terrena. Al místico, la suprema esperanza de la otra vida le permite ir pasando ésta, seguro del puerto final. El pícaro se dedica con el mayor entusiasmo a pasar ésta lo mejor que pueda, reverso de la medalla corriente. Es decir: detrás de la cruz anda el diablo.



Clasificación de las novelas picarescas

Han sido varios los intentos de clasificación de las novelas picarescas. Debemos ver en ellos laudables intentos pedagógicos, pero como el ángulo de observación de la crítica varía con el tiempo y las estimaciones, esas clasificaciones están destinadas a ser inevitablemente caducas. Para algunos habrían de juntarse las primerizas (Lázaro, Guzmán, Justina) con el muy rezagado Estebanillo González, basándose en que en ellas el personaje anda todavía un poco a la deriva, objeto de su propia fortuna. Y dejaban para otro lugar las restantes (con algunas salvedades) porque en ellas el personaje obra con indudable autonomía y decisión propia. La clasificación   peca de confundir el carácter del héroe con la arquitectura artística. El héroe de las primeras novelas está sujeto a su noluntad, gran rasgo del pícaro. Ése es el carácter que lo define y que lo diferencia en contraste con todos los demás héroes literarios, tanto españoles como europeos.
Otras veces la clasificación se ha hecho según el mayor o menor uso de los elementos moralizadores del libro. También se trata de una clasificación apoyada en la sobrevaloración de uno de los componentes constantes de las novelas. La manía moralizadora, el sentimiento ético, real en el autor o exigido por las circunstancias en que esos libros aparecieron, pueden darnos un índice claro sobre la personalidad y la decisión vital del escritor, pero nunca un elemento externo a las novelas que nos pueda servir para clasificarlas, para parcelarlas a nuestro antojo. No vale la pena, pues, intentar clasificaciones. Lo más claro y más eficaz es perseguir esas novelas desde su aparición, viendo qué aportan y qué tienen de sujeción al canon establecido por el Lazarillo1 y en qué medida se apartan de él, matizándolo, perfeccionándolo o dándole una dimensión distinta. Hay una evolución fácilmente perceptible desde el Lazarillo a todas las demás, hasta la disgregación final de los elementos  picarescos, disgregación en la que la arquitectura de la novela establece contacto con otro tipo de narraciones (cortesanas, de aventuras, etc.), para dejar paso a la vitalidad por sí sola de los elementos picarescos, que podemos volver a encontrar en las circunstancias más inesperadas.
A partir del Lazarillo, las novelas picarescas adoptan una forma consagrada. Esa forma es la autobiográfica con muy pocas excepciones. El personaje habla en primera persona y narra su ascendencia, su educación, sus primeros pasos, el fluir de su vida, condicionada constantemente por el medio hostil. Todo va siendo, en el devenir de la novela, adjetivo y lateral. Lo único que le da consistencia es la circunstancia del héroe, de ser vivido todo por el mismo personaje. Las cosas y los acaeceres no tienen concatenación alguna, son puros azares, como la vida, lo menos sujeto a una ley previa. Esto condiciona también la estructura del libro, que, naturalmente, no tiene tampoco esquemas preconcebidos. Muchos capítulos podrían quizá ser suprimidos sin que la economía total sufriera. Pero de todos los episodios se desprende una evidente actitud moralizadora. El estoicismo con que soporta todos los reveses (inevitables, frecuentes reveses) y la fría autocrítica con que prepara y valora sus andanzas demuestran que el tan socorrido «senequismo» de la vida española informa al pícaro muy cumplidamente. Esa ética deducida (el autor no tiene interés en exponerla concienzudamente) se apoya en la experiencia larga (suele hablar ya viejo), cuando el personaje se ve de vuelta de las cosas y las gentes. Como digo, se trata de una filosofía de tipo practicista, que no se expone cuidadosa ni detalladamente, sino que se desprende de la actitud general ante los hechos. Sin embargo,  en algunas ocasiones, el autor se ve en la necesidad de desarrollar razonamientos para justificar esta actitud, y llega a verdaderas disertaciones sobre casuística moral. Pretende usar de lo picaresco como un truco que le valga para ampliar su lección de moral, su ladera pedagógica. Así ocurre, por ejemplo, en el Guzmán, en el Marcos de Obregón, etc. Algún crítico, como M. HERRERO GARCÍA, buen conocedor de la picaresca, ha hecho ver cómo existe un parentesco entre la escapada moralizante de la picaresca y la textura del sermonario clásico. Según este crítico, la novela picaresca «es un sermón con alteración de proporciones de los elementos que entran en combinación». De todos modos, y aun considerando lo agudo de esta observación, la tendencia a explayarse moralizando lleva a la descomposición de la novela picaresca. Las digresiones se hacen largas, tediosas, y, aun sin perder el hilo, son fácilmente separables. En algunos casos, ya los editores del siglo XIX (en la Biblioteca de Autores Españoles, por ejemplo) al Guzmán de Alfarache le ponían las digresiones moralizantes entre corchetes, invitando al lector a pasar por alto los trozos comprendidos entre ellos. Tanto uno como otro criterio nos parecen hoy equivocados. La obra de arte es una criatura íntegra, que no puede ser mutilada a gusto de anónimo lector o editor. Hay que aceptarla como es, en su integridad, y explicarse cada uno de sus ángulos desde la totalidad armónica del conjunto.
Estas digresiones, en escritores de primera fila, alcanzan una calidad indiscutible. Pero llevan en sí un germen de ruina o decadencia. Pierden, en manos de escritores secundarios, todo aliento generoso y artístico, para  convertirse en machaconería impertinente, en especioso sentido común, sin sentido definido ni forma concreta.
Como ya hemos dicho más atrás, el género sufre una evolución a lo largo de su vida. Uno de los aspectos donde más claramente se percibe esta evolución es el moverse del personaje. El pícaro es un vagabundo, un hombre que se lanza al sol y al aire de los caminos, dispuesto a buscarse en las revueltas de los mismos la contingencia que lo sostenga sobre esta tierra de Dios. Este vagabundaje ya comienza en el Lazarillo: el héroe sale de su Salamanca natal para buscar fortuna en las ciudades de Castilla: Toledo, Maqueda, Escalona, Illescas. Las novelas subsiguientes van ensanchando el horizonte de ese vagabundaje, y así Guzmán nos lleva a gran parte de Italia. El Buscón recorre varias ciudades españolas. Marcos de Obregón añade a la Península, Italia y el cautiverio argelino. El horizonte se va ensanchando, con notoria reducción del paisaje espiritual del héroe. Lo que ganamos en geografía lo perdemos en mirada atenta y hacia adentro. Estebanillo González nos lleva por Flandes, Alemania, Polonia, Francia e Italia. Esto produce un claro dominio de lo narrativo, acercando la picaresca al borde de la novela de aventuras, con la que tiene estrechas concomitancias. Cuando lo descriptivo domine, nos daremos de manos a boca con un costumbrismo sin acción ni personajes vivos. Tal es el arte de Zabaleta, de Francisco Santos, de Liñán, hecho de cuadros aislados, exagerando la semilla episódica de toda novela picaresca. En líneas generales se puede decir que la picaresca sufre un proceso de desintegración, fácilmente perseguible, y a través del que sobrenadan aquí y allá los vivos rasgos del personaje ya desligado de su esquema literario. Esta desintegración se ve crecer ya en los buenos escritores del siglo XVII. Marcos de Obregón no puede considerarse como un pícaro a la manera de Lázaro o del Buscón: es un buen viejo de gesto amable y simpático que casi escribe un libro de memorias. Marcos se queda siempre a la orilla del vivir y nos lo cuenta con un gesto de experiente suficiencia. El estudiante de El diablo cojuelo también contempla desde lejos la bribonería del mundo, sin ser partícipe de sus trampas. Por último, La garduña de Sevilla, ya una clara delincuente, no participa de la actitud de general defensiva en que el pícara vive: pasa a la iniciativa y al ataque, lo que la diferencia muy nítidamente de sus ilustres antepasados.
Dentro de esta evolución general de la novela picaresca, queda por señalar un apartado o variante más: es su entretejerse con la novela corta de ascendencia italiana, novela adaptada completamente a España por Cervantes. Rinconete y Cortadillo refleja el primer contacto entre esas dos vertientes. Con el inmenso cariño y la delicada ternura sobria de su autor, asistimos a una novela de pícaros, que se encuentra a enorme lejanía de la novela tradicional picaresca. El patio de Monipodio está envuelto en un halo de gracia y de frescura, de sin igual simpatía, halo que convierte a la novelita en un excelente cuadro de la realidad, sin acritudes ni amarguras, ni pesimismo. La corriente vuelve a aparecer, fructífera, en algunas novelas de Salas Barbadillo (El sagaz Estacio, marido examinado, El caballero puntual) y constituye el fondo más abundante en la producción de Castillo Solórzano. En esta ladera, la luz espléndida de Rinconete ilumina con nítidos perfiles toda una corriente  de literatura española, que se caracteriza por su lozanía, su anchura de gesto y su amplia humanidad.



Picaresca, envés del héroe


En todo el Siglo de Oro, el pícaro encarna el antihéroe, el envés de un haz heroico y lleno de cotizables virtudes. Viene a ser algo así como la contrafigura del héroe y del santo. Pero no se extinguió su vitalidad ni su papel importantísimo en el nivel de la sensibilidad española, donde es muy fácil volver a encontrar asomadas de tipos y caracteres que participan de estos grandes vagabundos del XVI y del XVII. En el siglo XVIII, Torres Villarroel vuelve a narrarnos en su Vida otra sucesión de avatares de aire picaresco. También algunos episodios aislados del Fray Gerundio participan de este carácter. Una mirada muy cercana de signo reconocemos en algunos costumbristas del XIX y un guiño muy cercano nos asalta al leer las descripciones de mendigos en Misericordia de Galdós (donde vemos de nuevo al humilde servidor manteniendo de limosna al señor arruinado y lleno de vanos orgullos). Finalmente, en el arte de algunos episodios de Baroja (en los homúnculos de La lucha por la vida), o en los libros de Gutiérrez Solana, reaparecen estos personajes desorientados, sin norte y sin asidero, que se sobreviven en una desconsoladora anonimia. Y, para terminar, recordaremos algunas facetas de la novelística de Camilo José Cela (algunas hasta con título bien significativo: Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, 1947), donde la mirada observadora de la realidad ingrata y cruel pone al desnudo las trampas, la moral acomodaticia, el poco respeto por el prójimo, también al viento   —20→   y al sol de los caminos, o en los oficiosnon sanctos ni tolerables. Constante del arte nacional, detrás del que se esconde una mirada de encendida ternura por el desheredado, por el harapiento y mal nutrido hombre de cada hora, en la calle y en el afán. Al fin y al cabo, el gran invento del Lazarillo no fue otro que el de hacer del hombre de carne y hueso, con sus flaquezas y su difícil persistir sobre la tierra, un personaje literario. Antes de Lázaro, el personaje era un ente de ficción.

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