martes, 29 de marzo de 2016

TRAS LA "UTOPÍA" DE TOMÁS MORO

   Tomás Moro publicó su obra Utopía en 1516, momento en el que el poder espiritual y temporal de la Iglesia Católica había llegado al máximo y donde el dominio del reinado e Enrique VIII eclipsaba cualquier hecho histórico en Inglaterra. Sigue la preceptiva de la literatura utópica, cuyas bases fueron establecidas en los diálogos platónicos y que desarrollaremos en otras entradas de este blog.

          La isla de Utopía cuenta con una extensión de doscientos kilómetros de largo y cincuenta de ancho y su morfología es similar a la de una luna nueva. En la parte central de la misma, hay un pequeño monto donde se construyó una fortificación destinada a ser una cárcel. Además, como en la Atlántida, Moro confiere un origen mítico a esta isla que explica detalladamente en la obra.
          Utopía cuenta con cincuenta y cuatro ciudades organizadas bajo un mismo modelo legislativo y en donde se habla el mismo idioma; aunque es Amauroto la capital, entre otros motivos, porque se encuentra en la parte central de la isla. Toda la ciudad está amurallada y rodeada por un foso seco plagado de zarzas y espinos. Como toda construcción utópica, el trazado geométrico es esencial para poder perpetuarse con el paso del tiempo.
          La elección del Príncipe (idea que retomará Maquiavelo), que será quien gobierne la ciudad, se realizará todos los años por las diferentes familias que vivan allí, aunque la dignidad del Príncipe es vitalicia. Sin embargo, su poder está compartido con los Traniboros que también formarán parte del Senado.
          Al tratarse de una sociedad autárquica, su sociedad es puramente agrícola: sólo cultivan trigo, aunque también beben vino y sidra y crían fieros caballos que les sirven para la guerra; y pollos para poder alimentarse.  


Hombres y mujeres desempeñar la tarea agrícola sin distinción alguna y cuentan con una jornada estructurada de la siguiente forma:
Dividen allí la jornada en veinticuatro horas iguales, contando en ella el día y la noche. Destinan seis al trabajo: tres por la mañana, después de las cuales van a comer; acabada la comida reposan dos horas, y luego trabajan otras tres horas, hasta el momento de la cena. Cuentan las horas a partir del mediodía. Se van a dormir a las ocho y duermen ocho horas.
Cada cual utiliza como le place el espacio de tiempo comprendido entre el fin del trabajo y el momento de la cena y de irse a dormir; pero no lo consagran a la holganza ni a la voluptuosidad, sino a alguna ocupación distinta de su oficio y escogida según sus gustos. La mayoría de ellos se dedica en sus ratos de ocio al cultivo de las letras, y suelen asistir, en las primeras horas de la mañana, a unos cursos públicos, que sólo siguen por obligación los que se dedican particularmente a las letras 1 


          En cuanto a la disposición de la sociedad en relación a las tareas que pueden desempeñar, seleccionan de entre los estudiosos a los Embajadores, Eclesiásticos, Magistrados Traniboros y al Príncipe. También se determinan una serie de normas en cuanto a la vestimenta que deben llevar los habitantes de Utopía:
Primeramente en las horas de trabajo visten trajes de cuero o de pieles, que duran siete años. Cuando aparecen en público, se ponen una clámide que cubre aquellos rudos vestidos. El color, que es el natural de la tela, es uniforme en toda la isla. Así empléanse menos paños de lana que en cualquiera otra parte, aunque, ciertamente, resultan más baratos. La tela de lino requiere menos trabajo y es de mayor duración que en otros países. En ella solamente se considera la blancura y en los paños su limpieza; no se da valor alguno a la finura del tejido.2

          En esta obra también se nos indica cómo son las relaciones entre quienes habitan la isla: todos los habitantes tienen relaciones basadas en el parentesco y se determina como número 16.000 el número máximo de habitantes, no pudiendo tener menos de diez menores a su cargo ni más de dieciséis.

               Cada uno de los cuatro distritos que conforman las ciudades cuentan con una plaza central donde se encuentran los edificios destinados al almacenaje de alimentos y de donde, el padre de familia, podrá abastecerse de lo que necesite. En cada uno de estos barrios hay una edificio donde vive el Sifogranto que es el representante de 30 familias que comen todas juntas en comedores colectivos servidos por esclavos.
          En Utopía no existen las tabernas ni los prostíbulos ni lugares donde se puedan dar situaciones de corrupción ni escondite: todo es de todos y nadie posee más que el otro. En cambio, sí creen en la esclavitud:
Los utópicos no reducen a la esclavitud ni a los prisioneros de guerra –a menos que sean agresores-, ni a los hijos de los esclavos, ni, en general, a ninguno de los que en otras tierras son vendidos como tales, sino a aquellos cuyo crimen merece ese castigo y a los que fueron condenados a muerte en alguna ciudad extranjera –es el caso más frecuente-, que constituye la categoría más numerosa. Importan mucho de éstos, que les son vendidos a vil precio y aun en muchos casos les son entregados graciosamente.3


 

          Por último, debemos considerar el aspecto religioso  de la isla, puesto que es un reflejo de la situación real que vivió Moro en Inglaterra. En Utopía existen varias religiones que adoran desde elementos naturales, hasta seres ancestrales o Dioses supremos, aunque la mayoría creen en la divinidad a la que llaman Padre. Esto no es sino una clara crítica a los movimientos que la Iglesia estaba teniendo en Inglaterra en relación al Protestantismo y cómo se postula como una persona proclive a la convivencia de doctrinas religiosas, siempre desde el respeto mutuo.

          Por tanto, Utopía se configura como la continuación de la estela que Platón inició con el mito de la Atlántida y que otros autores continuarán hasta la actualidad.


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1. Moro, T.: Utopía, Madrid, Edimat Libros, 2003. Pág. 96.
2. Ibídem, pág. 99.
3. Ibid., pág. 127.

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