Tomás Moro publicó su obra Utopía en 1516, momento en el que el
poder espiritual y temporal de la Iglesia Católica había llegado al máximo y
donde el dominio del reinado e Enrique VIII eclipsaba cualquier hecho histórico
en Inglaterra. Sigue la preceptiva de la
literatura utópica, cuyas bases fueron establecidas en los diálogos platónicos
y que desarrollaremos en otras entradas de este blog.
La isla de Utopía cuenta con una
extensión de doscientos kilómetros de largo y cincuenta de ancho y su
morfología es similar a la de una luna nueva. En la parte central de la misma,
hay un pequeño monto donde se construyó una fortificación destinada a ser una
cárcel. Además, como en la Atlántida, Moro confiere un origen mítico a esta
isla que explica detalladamente en la obra.
Utopía cuenta con cincuenta y cuatro
ciudades organizadas bajo un mismo modelo legislativo y en donde se habla el
mismo idioma; aunque es Amauroto la capital, entre otros motivos, porque se
encuentra en la parte central de la isla. Toda la ciudad está amurallada y
rodeada por un foso seco plagado de zarzas y espinos. Como toda construcción
utópica, el trazado geométrico es esencial para poder perpetuarse con el paso
del tiempo.
La elección del Príncipe (idea que
retomará Maquiavelo), que será quien gobierne la ciudad, se realizará todos los
años por las diferentes familias que vivan allí, aunque la dignidad del
Príncipe es vitalicia. Sin embargo, su poder está compartido con los Traniboros
que también formarán parte del Senado.
Al tratarse de una sociedad autárquica,
su sociedad es puramente agrícola: sólo cultivan trigo, aunque también beben
vino y sidra y crían fieros caballos que les sirven para la guerra; y pollos
para poder alimentarse.
Hombres
y mujeres desempeñar la tarea agrícola sin distinción alguna y cuentan con una
jornada estructurada de la siguiente forma:
Dividen
allí la jornada en veinticuatro horas iguales, contando en ella el día y la noche.
Destinan seis al trabajo: tres por la mañana, después de las cuales van a
comer; acabada la comida reposan dos horas, y luego trabajan otras tres horas,
hasta el momento de la cena. Cuentan las horas a partir del mediodía. Se van a
dormir a las ocho y duermen ocho horas.
Cada
cual utiliza como le place el espacio de tiempo comprendido entre el fin del
trabajo y el momento de la cena y de irse a dormir; pero no lo consagran a la
holganza ni a la voluptuosidad, sino a alguna ocupación distinta de su oficio y
escogida según sus gustos. La mayoría de ellos se dedica en sus ratos de ocio
al cultivo de las letras, y suelen asistir, en las primeras horas de la mañana,
a unos cursos públicos, que sólo siguen por obligación los que se dedican
particularmente a las letras 1
En cuanto a la disposición de la
sociedad en relación a las tareas que pueden desempeñar, seleccionan de entre
los estudiosos a los Embajadores, Eclesiásticos, Magistrados Traniboros y al
Príncipe. También se determinan una serie de
normas en cuanto a la vestimenta que deben llevar los habitantes de Utopía:
Primeramente
en las horas de trabajo visten trajes de cuero o de pieles, que duran siete
años. Cuando aparecen en público, se ponen una clámide que cubre aquellos rudos
vestidos. El color, que es el natural de la tela, es uniforme en toda la isla.
Así empléanse menos paños de lana que en cualquiera otra parte, aunque,
ciertamente, resultan más baratos. La tela de lino requiere menos trabajo y es
de mayor duración que en otros países. En ella solamente se considera la
blancura y en los paños su limpieza; no se da valor alguno a la finura del
tejido.2
En esta obra también se nos indica
cómo son las relaciones entre quienes habitan la isla: todos los habitantes
tienen relaciones basadas en el parentesco y se determina como número 16.000 el
número máximo de habitantes, no pudiendo tener menos de diez menores a su cargo
ni más de dieciséis.
Cada
uno de los cuatro distritos que conforman las ciudades cuentan con una plaza
central donde se encuentran los edificios destinados al almacenaje de alimentos
y de donde, el padre de familia, podrá abastecerse de lo que necesite. En cada
uno de estos barrios hay una edificio donde vive el Sifogranto que es el
representante de 30 familias que comen todas juntas en comedores colectivos
servidos por esclavos.
En Utopía no existen las tabernas ni
los prostíbulos ni lugares donde se puedan dar situaciones de corrupción ni
escondite: todo es de todos y nadie posee más que el otro. En cambio, sí creen
en la esclavitud:
Los
utópicos no reducen a la esclavitud ni a los prisioneros de guerra –a menos que
sean agresores-, ni a los hijos de los esclavos, ni, en general, a ninguno de
los que en otras tierras son vendidos como tales, sino a aquellos cuyo crimen
merece ese castigo y a los que fueron condenados a muerte en alguna ciudad
extranjera –es el caso más frecuente-, que constituye la categoría más
numerosa. Importan mucho de éstos, que les son vendidos a vil precio y aun en
muchos casos les son entregados graciosamente.3
Por último, debemos considerar el
aspecto religioso de la isla, puesto que
es un reflejo de la situación real que vivió Moro en Inglaterra. En Utopía
existen varias religiones que adoran desde elementos naturales, hasta seres
ancestrales o Dioses supremos, aunque la mayoría creen en la divinidad a la que
llaman Padre. Esto no es sino una clara crítica a los movimientos que la
Iglesia estaba teniendo en Inglaterra en relación al Protestantismo y cómo se
postula como una persona proclive a la convivencia de doctrinas religiosas,
siempre desde el respeto mutuo.
Por tanto, Utopía se configura como la continuación de la estela que Platón
inició con el mito de la Atlántida y que otros autores continuarán hasta la
actualidad.
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1. Moro, T.: Utopía, Madrid, Edimat Libros, 2003. Pág. 96.
2. Ibídem, pág. 99.
3.
Ibid., pág. 127.
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